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martes, 28 de febrero de 2012

Veinticuatro horas.

Parece ser que el ser humano tiene la capacidad de cambiar todo, dar un giro de 360 grados a algo en menos de veinticuatro horas. No sé si eres tú o debo de generalizar pero a las pruebas me remito. Noche de viernes a mañana de sábado, no son ni apenas veinticuatro horas, y la mayoría las pasó durmiendo, quizás la almohada influyó en su decisión. Bueno siempre existe el consuelo de que ella se lo pierde, y en este instante me lo tomaré como verdad. Sinceramente, me parece penoso tu concepto de amistad, prometes y desprometes. Por algo no existe la palabra desprometer en el diccionario y me viene subrayado en rojo, porque no existe. No puedes prometer algo si no estás en la certeza, con el cien por cien en la mano de que se cumplirá. Ya no te pienso llamar por tu nombre, y te llamaré decepción. También creo que debo darte las gracias, aprendí varias cosas, como la de no confiar ciegamente en nadie y como la de enseñarme el concepto de gilipollas y darme cuenta de que fui uno. Por mucho que diga que todo está olvidado sería engañarme a mí mismo, porque si no no estaría escribiendo esto.
Solo me arrepiento de no haber estado allí y poder haber evitado que en esa noche del viernes al sábado  haberte impedido dormir. Suerte que aprendí a decir adiós y hasta siempre. Gracias.

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